El campo se veía hermoso con tantos colores mezclados y tanta variedad en las formas de las flores. Pero, de entre todas, había una que se distinguía, había una que tenía un tallo fino pero se veía muy resistente y las hojas que brotaban de ese tallo eran largas y se curvaban hacia el frente como si quisieran abrazar algo. Sus pétalos tenían forma de corazón y un color intenso que semejaba el de la sangre que corre por las venas.
Esa flor se distinguía de todas porque a pesar de que parecía frágil ya había soportado fuertes tormentas que no la habían doblado y a las que otras ya habían sucumbido.
Era distinta porque sus colores distaban mucho de ser iguales a las de sus compañeras.
Era distinta, porque a pesar que recibía los mismos rayos de sol que las demás, ella resplandecía con luz propia.
Su belleza opacaba la belleza de las otras flores. Por eso algunas la envidiaban y otras se ponían celosas porque ella atraía la mirada de quienes pasaban por ese campo.
Pero ella no se inmutaba por las envidias o los celos, la bella flor solo se dedicaba a ser ella misma, a ser diferente, a ser especial, a ser la flor que todos quisieran tener en su jardín. Y sin importarle nada, seguía ahí, de pie, mirando siempre al sol. Ella seguía siendo la que dominaba ese gran campo de bellas flores.
¿Quieres saber cual era esa flor?
Solo mira tu espejo y podrás verla.
Sí mi amor, esa flor tan bella y especial eres tú.